miércoles, 11 de febrero de 2009

El sonido de la catástrofe




A muchos nos han empezado a llegar los primeros síntomas de la pandemia económica inaugurada por el ya inolvidable Baby Bush: desempleo, paranoia laboral, pronósticos desoladores, el fin del mundo. Una crisis que ha hecho que el mismísimo dueño de México, Carlos Slim, se lance a expresar oscuros vaticinios sobre la economía, insinuando que hasta ÉL podría quedarse sin chamba este año. Valga decir que (sin querer contribuir a esta psicosis) van dos días que el Metro no me puede dar cambio en la mañana de un billete de doscientos, y que hoy tuve que ir a dos tiendas a buscar una botella de agua, porque en la primera (un Seven) no tenían cambio de veinte pesos, y la segunda (un Oxxo) sí tenía, pero me hicieron jetas como si le pagara con un billete de 1000 pesos.


Algunos saben que, por paradójico que suene, me dedico al periodismo financiero y que no soy un experto en nada, sólo trato de entender cómo funciona la economía y cómo nos afecta. De buenas fuentes sé que, aunque es real esta crisis, y sí, superior en alcance al Crash de 1929, no será nada que no hayamos visto en México en épocas anteriores. Así que podemos ufanarnos y decirle al Primer Mundo que se aguante como los machos: nosotros llevamos años en el desempleo feroz y sin un significativo crecimiento económico.


El problema aquí es que las noticias, con tal de hacer la realidad un espectáculo, están creando una verdadera histeria propia de las películas gringas, y eso afectará muchísimo nuestras decisiones a tomar: desde el inversionista que escucha el inútil pesimismo del mayor empresario de México, hasta el ciudadano común y corriente que va lamer las botas de su empleador el resto de este año para conservar el trabajo.


Y seamos sinceros: a este mundo le encantan las crisis, la muerte de todo, los preludios del Apocalipsis; desgraciadamente, no faltarán cristianos que estén felices porque en la posible muerte del sistema económico, tal como lo conocemos, así como en el conflicto palestino-israelí o el desastre ecológico, están los signos inequívocos del final de la Babilonia Posmoderna. Adoradores de la muerte, les decía con razón Nietzsche; no ayudan en mucho.


Yo sólo parto de un hecho: toda mi generación nació en una cuna llamada crisis, llevamos tatuado ese nombre y, al parecer, así nos moriremos. Si naciste en el 82, ese fue el peor momento en que tus padres pudieron tener un bebé: la inflación llegó al 300%, tómalo en cuenta si vemos que la actual no rebasa el 6%, es decir: a pesar de todo, sobreviviste. Va lo mismo para los nacidos en el 94.


Sirva esto de preludio para el siguiente video de un entusiasta del software que tuvo “la buena onda” de ponerle música a la cuesta abajo de los principales actores financieros. De alguna forma, cada punto marcado representa una nota musical, por lo que se puede considerar como una composición melódica original creada por la fatalidad financiera. Impersonal y abstracta, fantasmal y contundente, tal como las gráficas que deciden hoy nuestros destinos económicos.





viernes, 6 de febrero de 2009

Mitologías mexicanas



El Santo
es nuestro súper héroe total, una ficción traspasada por la realidad fenoménica
de la carne y el hueso. Amamos a Santo porque nunca hemos visto su rostro, porque usa capa y máscara aún fuera de la película y el ring; porque es noble con los niños, caballero con las damas, leal con los amigos; lo amamos porque come en fondas y tiene panza. La sencillez es una virtud capital para los mexicanos.



Santo puebla nuestras fantasías infantiles y adultas, sus aventuras nos emocionan porque son también nuestros sueños: pelea con vampiros, hombres lobo, extraterrestres y mafiosos; viaja a tierras extrañas, a las playas, a cuevas y laboratorios secretos, manejando un Porsche o un MG; sus admiradoras tienen los ojos grandes, las caderas anchas y los pechos generosos; es el único héroe que puede pelear en Guanajuato contra momias endemoniadas y que, una vez vencidas, se va a celebrar a Guadalajara, como lo haría cualquiera de nosotros.


Nos enamoramos otra vez de él con ese culto al kitsch y lo vintage que trajo la posmodernidad, con el revival de la música surf y proto-lounge en México, porque Televisa volvió a popularizar la lucha libre en la televisión y canales como Galavisión o Cuatro T.V. nos iluminan todos los días, en televisión abierta, con su delirante acervo cinematográfico.


25 años después de su muerte nos sigue encantado su golpe de karate, sus trajes inmaculados, las computadoras con un botón y miles de foquitos, sus vampiros de hule. Lo queremos porque es el único héroe indivisible de este mundo; siempre fue el Santo, por encima de la persona llamada Rodolfo Guzmán, y aún en la hora de su muerte, fue enterrado con la máscara puesta en su rostro; si la resurrección existe, se levantará para comparecer ante Dios con esa máscara.


Larga vida al único súper héroe que ha existido.


Una de mis escenas favoritas: Santo, Blue Demon y Mil Máscaras acaban con las momias de Guanajuato, usando unas pistolas lanzallamas









martes, 3 de febrero de 2009

El mundo alucinante

Amigos lectores: por muchos años me he mostrado como una persona culta y de refinados gustos, lo cual me ha dado grandes satisfacciones narcisistas y entrañables amistades selectas; hasta hace algunos años, me jacataba de que mis conversaciones podían ir desde Baltasar Gracián hasta la última película Wong Kar Wai, por decir lo más burdo. Pero ya me cansé de llevar esa máscara.

Hace poco vi un post que movió algo dentro de mí. La siempre genial Evol puso en su blog un video de los Caracoles, un grupo tropical originario de Xalapa, Veracruz; ver a esos hombres maquillados como lo hacía el buen Genne Simmons en sus tiempos de gloria, fue como recordar un sueño muy lejano, delirante, que en realidad fue parte de mis circunstacias culturales. Sobra decir que, aunque mi familia aborreció siempre la cumbia, yo crecí escuchando a grupos como los Caracoles, porque las calles de mi Personal-Macondo (Cosamaloapan, Veracruz) tenían otra lógica cultural, carnavalesca, pícara, vulgar e ingenua, y a pesar que mis oídos se engancharon de la guitarra eléctrica de los Stones, Led Zep y todo el movimiento de "Rock en tu idioma" (algo muy extraño en Macondo), una parte de mi corazón siempre ha pertenecido a esa música de microbuses y vendedores de CD en el metro.

Sirva esta remembranza para presentar una nueva sección de este blog titulada: "El mundo alucinante" (con homenaje explícito a esa maravillosa novela de Reinaldo Arenas), donde se presentará todo aquello que forma parte de mi educación musical alterna, esa música festiva y desparpajada que mi madre se esforzó mucho en evitarme, que avergüenza totalmente a mi mujer, pero que resulta divertida y refrescante como podría ser un fin de semana en Tepetongo.

Abrimos con este sensacional tema que se dejaba escuchar en las interminables fiestas sonideras de Santo Domingo, Coyoacán, mientras yo trataba de leer Sueños y Discursos de Quevedo, que, valga decirlo, le encantaban las vulgaridades tanto como Séneca.