martes, 4 de noviembre de 2008

Tideland




No es extraño que Tideland haya provocado opiniones tan diversas que van desde considerarla un verdadero asco hasta la de tenerla ya como una obra maestra; esta vez Terry Gilliam “se ha volado la barda” al presentarnos un arriesgado film sobre la imaginación infantil, donde presenta con mucho oficio dos tabúes de nuestros tiempos: la convivencia con las drogas y la sexualidad de una niña.

Y es que Jeliza-Rose, la protagonista, es lo más fiel a lo que podríamos llamar un “Real Wild Child” posmoderno, una sobreviviente de un mundo funesto. Sin tremendismos, con mucho humor e imaginación, el director resuelve con gran talento la complicada tarea de darnos la perspectiva fantástica de una pequeña, inocente y dulce, en un ambiente degradado al extremo por la disfuncionalidad de sus mayores que la rodean.

Los padres de Jeliza-Rose son un par de adictos terminales; al morir la madre a causa de una sobredosis, el padre decide partir a la casa de campo de la abuela; el lugar está en ruinas, abandonado en la nada de una gran pradera, donde los únicos vecinos son una pareja de hermanos bastante extraños: una tuerta aficionada a la taxidermia y un joven retrasado mental que sueña con matar al “tiburón”: el tren de pasajero que atraviesa cada día por esa zona. Este crecimiento entre verdaderos seres torcidos conmueve y asombra por el delgado hilo, siempre a punto de romperse, de la inocencia infantil y los peligros que la rodean.

A pesar de que esta evasión infantil no es algo nuevo (recordemos El laberinto del fauno), la visión de Gilliam es mucho más cruda y cercana a la realidad contemporánea; el ambiente de Tideland está cargado de una severa esquizofrenia, rodeada de drogas y sexualidad malograda, que logra ser amortiguada y superada por la imaginación infantil, y que logra desarrollarse sanamente hasta donde le es vitalmente posible.

¿Por qué algunas personas abandonaron la sala de cine antes de que terminara el estreno de esta película en el festival de cine de San Sebastián? Creo que Tideland destroza esa bella capa protectora que acompaña al cine sobre niños y nos ofrece un real equilibrio entre candidez y brutal realidad, donde la niña, soñando con príncipes y besos, se enamora de su vecino retardado y juegan darse besos a escondidas, sin que esto signifique más que un juego infantil, además de convivir naturalmente con sus padres drogadictos al grado de prepararles la jeringa de heroína como si preparara el jugo de naranja para el desayuno.

Lo cierto es que el espectador no sólo se instala en la realidad fantástica de la niña,sino en una buena parte de su psique, y eso es lo que más inquieta y encanta de la película, pues para el adulto, la realidad de la pequeña le resulta demasiado peligrosa y todo el tiempo teme el inminente desastre entre la realidad y la fantasía; sin embrago, al final, el instinto de supervivencia de la nena es más fuerte que cualquier "realidad" que queramos creer.

Sin duda, Tideland es una película que va a trascender: tiene el espíritu actualizado de Alicia en el país de las maravillas y la extraordinaria puesta en escena “on acid” que Gilliam ya utilizó en Twelve Monkeys y Fear and Loathing in Las Vegas. De lo mejor de este año.