lunes, 24 de marzo de 2008

"There Will Be Blood"


No dejo de pensar en “There Will Be Blood”, y aún más cuando descubrí este excelente cartel, que me imagino no llegó a exhibirse en México. Es sin duda una película, me atrevo a decirlo aunque luego me pueda arrepentir, de una talla sólo comparable a las obras maestras de Stanley Kubrick.

Y es que Anderson ha logrado plasmar con maestría los cimientos de Norteamérica, hasta donde yo la entiendo. Pero hay algo más que plasticidad en la película: no es una sucia postal del viejo oeste, es una radiografía espiritual, psíquica del alma estadounidense, de sus mitos más profundos.

Este es un sentir que por razones personales logro atisbar bien, pues tal vez ésta es la cultura extranjera que siento más cercana a mí.

A manera de lienzo, una Biblia de pasta oscura gastada, identificada ya por la tipografía dorada y su mensaje en forma de cruz, nos presenta el nombre de la película y del actor principal, con el texto en la parte superior “When Ambition Meets Faith”.

Un hilo de sangre corre por el centro del libro, terminado de formar el símbolo cristiano, de una forma elemental, inquietante, oscura. La soledad en que desciende (o asciende) nos lleva a las imágenes del petróleo extraído del suelo, un líquido rojo, en este caso, emergente de la tiniebla insondable, primaria, o bien, como un significado más próximo a los demás elementos, a la sangre vertida en la tiniebla más profunda del poder y la religión.

Dos mitos fundacionales de los Estados Unidos: el profeta y el self-made bussines man, hombres en el yermo de la existencia, catapultados por sus visiones, por la libertad e infinitas posibilidades de la soledad, de la no-historia, una nueva raíz: la ambición norteamericana es el comienzo del mundo, la Nueva Tierra Prometida, un país donde todo vuelve a empezar.

Y como una negra profecía, “There Will Be Blood” arde en la pradera sureña hace cien años, igual que en el desierto iraquí, hace unos pocos.




Una escena que trascenderá como una de la más impactantes en la historia del cine:

jueves, 6 de marzo de 2008

Enfermedad + Literatura= Enfermedad


En alguna clase escuché que Roberto Bolaño tenía un cuento llamado así, y me sorprendió que este tío también escribiera algunos debrayes sobre su enfermedad; el título me parece insuperable, así que me anexo a ese homenaje con viejas notas que escribí en algunos momentos especialmente difíciles de la Rinitis Atópica, es una lástima que perdí la mayoría de esta bitácora




2005, Ciudad de México

Me duele despertar así, con este sentimiento de orfandad, cuando se oye desde el otro lado de la calle los himnos de una iglesia cristiana improvisada, sin edificio, apenas un salón de fiestas listo para el domingo. Sus melodías me inquietan: tienen una dulzura de madre que me lastima, me hacen amarga la tos. Prendo la televisión, los Pumas van perdiendo, qué desayuno. Ante la enfermedad, nunca se tiene suficiente experiencia.

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A veces me gustaría saber cómo comenzó todo, el momento preciso, la partícula exacta. No tengo rencores. Finalmente están en lo suyo: yo me crucé en su camino, no hay manera de ocultarse. Las señoras salen a barrer la acera y veo como ese polvo se levanta y se me clava en la nariz, como una gran orquesta que viaja a través del aire, tomada de la mano, hecha para fastidiarme la vida. Yo veo eso sobre mi camino y me resigno. Es por eso que, en lugar de odiar y maldecir, me lleno de ritos.


***
Y hemos compartido los días varios años y apenas nos conocemos. Me hacen triste, desgraciado, pero empiezo a entender su misión. La última vez hasta me puse metafísico en medio de la tos, me senté junto al garrafón de agua y subí mis pies sobre la silla; me balanceaba como en presencia de algo sagrado: era la palabra del dios de los bufidos y estertores, y, entonces, supe lo que significaba esta enfermedad y este momento. Nunca había sentido tal claridad en mi mente; me dieron ganas de correr, de gritar en medio de la madrugada y celebrar la revelación entre la gente dormida de la ciudad, incapaz de entender en su sano reposo. Así lo entendí esa noche, emocionado, y desde ese día estoy listo para sacar los frutos más reales y preciosos de mi enfermedad.

martes, 4 de marzo de 2008

Las enseñanzas de don Martin Scorsese


Aarón Espinosa Beltrán
Cuando, por fin, el señor Martin Scorsese recibió el ya desabrido premio de la academia como mejor director por Los infiltrados, hizo un gesto con las manos a manera de reproche, como exclamando “ya para qué…”, y es que ese Óscar tuvo un sabor a deuda pagada más que un reconocimiento real a su trabajo.

Y a decir verdad, para todos los que amamos su obra, da igual si se lo hubieran dado o no. En realidad, no lo necesita; pero no dudo que cierto orgullo haya quedado saldado dentro del hombre. Algo así como: “Al final, me tenían que dar la razón”.

Decía William Blake: “Si el necio persistiera en su necedad se volvería sabio.” La vuelta a un mismo dilema es lo que, finalmente, han hecho de Martin Scorsese un nombre importante en la historia del cine: el tema único de la soledad del héroe.

Según Joseph Campbell, el héroe mítico tiene que dar un periplo cargado de diferentes pruebas para completar su hazaña, casi siempre con las herramientas necesarias para superarlas; sin embargo, llega un momento en que debe enfrentar su destino completamente solo, sin ningún tipo de apoyo externo: es una prueba de carácter y voluntad espiritual.

Esta parte del héroe es la que tanto ha obsesionado a Scorsese. Desde uno de sus primeros héroes, Travis Bickle, de Taxi Driver, pasando por el atormentado Jesús de La última tentación, hasta un Di Caprio convertido, ahora sí, en hombre (y esto gracias a la mano del Maestro) en Los infiltrados, observamos el mismo dilema existencial del anti-héroe ante su inminente sacrificio redentor, solo ante la tarea de resolver un destino (o consecuencia) que se presenta ineludiblemente.

Así, por ejemplo, Travis Bickle busca un sentido conduciendo el taxi las 24 horas del día; después intenta acercarse a las mujeres, sin éxito, y por último, asesina a los padrotes de Jodie Foster, en una acción suicida que finalmente acaba por darle significado a su vida.

En La última tentación, Cristo busca enfrentar el sino mesiánico a través de sus discípulos, las mujeres, el Padre, pero ante la cruz, queda a solas con el diablo, sin más ayuda y con el riesgo de equivocarse.

Y así, cada uno de los personajes de Scorsese tiene que encarar la fatalidad de frente y a solas; las mujeres, los amigos, la familia o Dios no significan nada ante lo que viene, ante la misión personal: no existe una ayuda ni un refugio donde el hombre pueda recurrir; es una lucha interna, privada y única por lograr lo extraordinario personal, lo hermético. Victorias que no son celebradas por los otros, que no tienen acceso a ellas, que no las entienden; pero que al individuo, pleno en su voluntad, le dan un sentido último de triunfo y realización, y que en el caso de las películas de Scorsese, como espectadores, participamos de esa intimidad gloriosa.

Y esta es la sabiduría del director: en lo más importante de la vida individual, en la trascendencia de nuestro ser, estamos esencialmente solos, porque todo lo extraordinario y personal, es decir, la búsqueda de esa verdadera libertad, acechada por miles de voces, rompe siempre con nuestro alrededor, irremediablemente, en busca de su lugar único en nuestra vida, en nuestra redención.