miércoles, 31 de diciembre de 2008

The Renegades "13 women"

Hay demasíadas letras y muy poco rock en este espacio, así que, tratando de remediar esta falta, me disculpo con esta verdadera joya de 1966 que espero disfruten.

¡Feliz año!

lunes, 22 de diciembre de 2008

Las tres caídas de Juan Manuel Márquez


No deja de ser curioso que una publicación como El País tenga en su libro de estilo un principio donde señala que: “La línea editorial del periódico es contraria al fomento del boxeo, y por ello, renuncia a recoger noticias que puedan contribuir a su difusión”; a pesar de este rechazo a "lo violento", El País no tiene problemas con la tauromaquia, que no es un espectáculo tierno para ser sinceros.

Sirva esto para ver a qué grado puede herir susceptibilidades el box: sí, es un deporte brutal; corrupto, la mayor de las veces, y, hay que decirlo, morboso en gran medida. A mí, me encanta.

Mi padre era un gran aficionado al box y disfrutaba mucho ver con él las funciones sabatinas en la noche veracruzana, sentados en las mecedoras de la sala, con las puertas y ventanas abiertas, la luz apagada y el ventilador discreto, cada quien agitando una toalla para mantener alejados a los mosquitos. Cerveza para él, agua de limón para mí.

Y es extraño porque no me considero una persona agresiva ni violenta. Yo nunca he visto al box de esa forma, al contrario: para mí, siempre representó una gran metáfora del triunfo de la voluntad personal, una prueba soberbia de resistencia, valor y fuerza; también lo tengo como uno de los pocos gustos comunes entre mi padre y yo.

Y es que el boxeador que realmente aspira a triunfar (y durar) debe pasar por una serie tremenda de sacrificios y disciplinas que le permitan llegar pleno a un campeonato: entrenamientos exhaustivos, depuración de técnicas, presión de promotores y entrenadores, dietas terribles para mantener el peso, deshidratación antes y después de la pelea, evitar vicios y excesos, para que al final, a la hora de subir al ring, esa preparación de años haga la diferencia entre ganar y perder; además, necesita algo que sólo corresponde a cada espíritu: una determinación inquebrantable y una voluntad capaz de superar la fatiga y los castigos físicos imposibles para el resto de los seres humanos. En resumen: una concentración casi monacal que no sólo involucra la disciplina, sino también el valor guerrero de enfrentarse conscientemente a alguien que sabes te va a herir.

Me fascina ver cómo el buen boxeador cae, se levanta y sigue luchando, a veces para llevarse la victoria y toda la gloria; otras, para acabar casi muerto, derrotado, humillado, olvidado. Es un drama insuperable, real como la vida misma: no hay concesiones, no te puedes esconder, cansa y duele, es sin prórroga: al sonar la campana, tienes que salir a pelear, aunque el adversario sea mejor que tú, aunque ya no tengas fuerza para luchar, aunque no puedas soportar un solo golpe más en tu rostro.

Con esta idea, va toda mi admiración a Juan Manuel Márquez, un boxeador que está en la palestra mediática del Youtube más por sus derrotas que por sus victorias. Aunque es el actual campeón de las 135 libras, le tocó crecer bajo la sombra de dos súper estrellas mexicanas: Marco Antonio Barrera y Erik Morales, por lo que tardó mucho en sobresalir; Márquez se ha hecho de un nombre frente a los reflectores de HBO como un peleador digno de reconocimiento, demostrando en cada pelea su gran condición y talento; pero siempre será recordado por su dramatismo en las caídas que sufrió contra el campeón filipino Manny Pacquiao, un verdadero tigre-boxeador, el último gran verdugo del boxeo mexicano.

Y es que Márquez, por paradójico que se escuche, ganó esta infame atención en dos combates llenos de belleza y verdad, con un derroche de técnica y habilidad superior a la de Manny Pacquiao; sólo dos cosas lo separaron de esta gloria que se antoja robada: mandar a la lona al filipino y no ser derribado.

En el box, el knock down lo es todo; la diferencia con el nocaut es que éste es el fin de la pelea. Una caída impresiona a los jueces y al público, da los mayores puntos, avergüenza eternamente al boxeador: es un lastre imposible de quitar por el resto de la pelea y de la vida. Márquez encontró los demoledores puños del filipino cuando mejor estaba boxeando, cuando mejor lucía, cuando tenía las mayores posibilidades; el knock down lo fue todo, y a Márquez no le alcanzó todo su counter pounch acumulado; y se quedó a un paso de quedar en la historia como el hombre que frenó la consolidación del llamado "Mexicutioner" y ser el número uno del mundo "libra por libra".


Particularmente, en el primer encuentro que tuvieron, cuando ambos estaban en ascenso y era la oportunidad de ambos para llegar al cielo boxístico, Márquez sufrió tres caídas en el primer round, algo insólito para una pelea de esa categoría y para un boxeador como él; simplemente nadie podía creer lo fuerte y rápido que pegaba el filipino. Al final del asalto, Márquez tenía la nariz rota, un público enardecido por la sangre y once rounds más por pelear. Nadie creería hoy que no sólo acabó la pelea, sino que rescató un empate por la excepcional cátedra de boxeo que dio esa noche. Manny Pacquiao no es ningún dulce, ha derrotado por nocaut a todos los grandes boxeadores mexicanos: Morales, Barrera y recientemente Óscar de la Hoya; terminar ese encuentro, en esas condiciones, nos habla de un espíritu imbatible, de un arrojo y una superioridad moral pocas veces vistas en cualquier aspecto de la vida.

Sólo por esa pelea, considero a Márquez como una verdad, un boxeador de donde sale lo que más admiro de este deporte, y sobre todo, un hombre real, un brote de sabiduría sólo comparable con esa dura realidad resumida por Hemingway en El viejo y el mar: “Un hombre puede ser destruido, pero no derrotado”.

Vale la pena mirar la pelea completa.



viernes, 19 de diciembre de 2008

Fragmentos de una correspondencia perdida 4




Cuántos días y minutos oscuros me llevó alejarme de la bestia que vive en ti, esa que cuando la música suena y corren los vinos, todo lo aplasta y devora en su calor animal.

Y me puedo romper hasta el último de mis huesos, resbalarme y caer hasta el fondo de tu mirada de piedra, y será inútil:

Vendrás con los dientes, las uñas y el suave olor de tu cabello.

Vendrás como una bestia de saliva quemante, con tu circundante, absoluto, invisible ardor.