lunes, 25 de agosto de 2008

Carpentier, escritor tropical


Alejo Carpentier y Severo Sarduy: la experiencia americana que rompió sus diques


Debo confesar que siento una entrañable empatía con el pensamiento de Alejo Carpentier. Algo de origen y calor. Su Problemática de la actual novela americana vino a mí como una respuesta que nunca había exigido, como la estructura racional de aquello que para mí siempre fue raíz.

Cada año regreso a Veracruz; específicamente: Cosamaloapan. Recuerdo una tarde que intenté leer a Borges en pleno verano. Mis padres no tienen aire acondicionado; sólo ese letargo motorizado llamado ventilador. Necesitaba leer: “El hombre de la esquina rosada” para un trabajo del colegio. El aire de la tarde, denso, casi material, se llevaba a gajos toda mi voluntad y entendimiento; a cada renglón, a cada párrafo que intentaba descifrar en el entresueño, mi imaginación ponía partes apócrifas a la narración e hilaba, con el pegamento de la canícula, la historia que ya no estaba leyendo sino soñando, preso en el estupor de los cuarenta grados tropicales del sur veracruzano. Así fue como tuve un Borges mitad escrito, mitad imaginado: parataxis inducida por el narcótico del verano.

Pensé: ¿cómo se puede llegar a ser un intelectual en estas condiciones?

La lectura es imposible en el trópico mexicano: todo intento de alta cultura se deshace entre el castigo del sol y el impulso natural de moverse, como si el calor dilatara los impulsos corporales y paralizara el intelecto. Sin duda, esa es la razón por la que la capital intelectual del Estado de Veracruz es Xalapa: un bosque húmedo donde la lluvia y la neblina se imponen como de manera estricta por más de la mitad del año; ciudad propensa al anonimato, la depresión y, por ende, a la filosofía.

Del puerto de Veracruz a Xalapa tan sólo hay una hora de distancia, pero sus ambientes son tan disímiles como podrían serlo dos continentes: el puerto es lúbrico y trepidante; orgulloso mar al fin y al cabo. La capital es fría, discreta, sedentaria: esposa fiel que la niebla censura. Eso fue, para mí, lo cotidiano; crucé y sigo cruzando esos ambientes extremos, adaptándome a su extraño humor climatológico, empacando la chamarra si iba para el norte, o bien el short y el bronceador camino al sur.

En un momento así, creo, vinieron las ideas de Carpentier.

Pensar la experiencia de la lectura y la creación desde nuestro contexto americano tuvo, forzosamente, que admitir su peculiaridad de sal y color. Los paraísos tropicales, con su clima sexual, de fruta carnosa y palpitante, distan mucho del bosque sabio, de honrado pino e intimidad invernal del paisaje europeo. Carpentier lo muestra en su obra al retratar las ideas europeas que dan al traste en un contexto mulato, mestizo, lleno de la asimetría, que devienen en el surrealismo de la yuxtaposición de lo civilizado y lo salvaje de la América Poscolonial.

Esa observación llevó a Carpentier a afirmar que: “El barroco es el legítimo estilo de novelista latinoamericano actual”. Punta ideológica que sintetiza el sentir del cubano frente a un mundo siempre por descubrir, y que se concretaría en su novelística y en la escuela del Neobarroco Cubano, que tuvo entre sus filas a Lezama Lima, Cabrera Infante, entre otros. Por su parte, Severo Sarduy, otro cómplice habanero, apoyó y sustento esta aseveración con su ensayo sobre el neobarroco, que significó la racionalización de la bandera ideológica con que navegarían estos escritores, donde clarifica las tendencias y señala su gestación, similitud y diferencias con el barroco de la antigua España.

Sin embargo, esta reflexión, a pesar de haber sido producto de esa particular situación intelectual americana, se ha salido de sus cauces y ha llegado a otras instancias: ha coincidido, en sus postulados, con un clima cultural del mundo, donde la hibridación y mestizaje se convierte en la tendencia de la llamada posmodernidad. Los fenómenos de la educación europea injertada en tierra americana han dejado de ser una peculiaridad regional para convertirse en un fenómeno que crece en la actualidad y futuro del mundo; los valores de la modernidad, último avatar de la cultura renacentista, viven una etapa de crisis profunda, un cuestionamiento de sus mitos más queridos, un crepúsculo de dioses sustanciales como podrían ser los conceptos de identidad y nación. Una horda de nuevos bárbaros y nuevos conquistadores han entrado a escena: por un lado, los crecientes flujos migratorios (que Roger Bartra ha llamado: las “culturas líquidas en la tierra baldía”, siguiendo el poema de T. S. Elliot); por el otro, la invasión total de la cultura norteamericana en todos los recovecos del mundo, pugnando así una nueva cruzada cuyo dios y grial es el hiper-consumismo y la fragmentación.

En este contexto, el mestizaje americano es ya un antecedente universal. Un primer laboratorio de culturas en contacto, de choque civilizatorio, que bien puede explicar, mirando en retrospectiva, lo que puede venir. Así parece mostrarlo la ya mencionada tendencia migratoria en el mundo, el avance de las tecnologías rompe-fronteras y el nuevo colonialismo ideológico, homogenizador, de los emperadores del marketing.

En resumen, vivimos hoy, en América y el mundo, la lógica cultural del capitalismo tardío -como la llamó Frederic Jameson-; un proceso cultural que guarda muchas similitudes con el proceso de conquista y contraconquista americano, con sus orígenes y consecuencias, y que en su expresión artística comparte tendencias al bricolaje, la descentración, la parodia, gusto por la intertextualidad, la carnavalización, la saturación, el despilfarro, entre otras, empatando ideas de pensadores en apariencia lejanos, como podrían serlo Severo Sarduy y Frederic Jameson.